(Fonte: Diario del Derecho-Iustel)

El día 8 de abril de 2025 se ha publicado, en el diario La Razón, un artículo de Guadalupe Muñoz Álvarez[1] en el cual la autora opina que siguen las dificultades aunque existe la esperanza de lograr una igualdad real.

La aprobación del voto femenino.

Parece mentira que las mujeres hayan tenido tantas dificultades para conseguir sus derechos como personas, ha sido una lucha titánica con la pasividad de toda la sociedad, ni siquiera podían votar para elegir a sus gobernantes. Por fin se logró en 1931 con la defensa parlamentaria de Clara Campoamor que, según las crónicas, fue marginada por ello y hay que reconocer la negación de mujeres progresistas incluida Victoria Kent, que mantenían con firmeza la opinión de que las mujeres no deberían votar porque influidas por la iglesia se inclinarían por el voto conservador. Un alto dirigente político manifestó que hay ocasiones en las que las mujeres alcanzan roles destacados, pero siempre que así fue lo hicieron “siendo más hombres que un hombre”. Qué edificante esta observación. ¡Podría llamarse egolatría sexual!

Muchos años antes las sufragistas del Reino Unido lucharon por el voto desde 1838. La legislación internacional reconoció el sufragio universal en la Declaración de los Derechos Humanos de 1948. En uno de sus artículos se declaraba con claridad que toda persona tiene derecho a participar en el gobierno de su país así como en las funciones públicas.

En España se consagró en la Constitución de 1978. El Código Civil había minusvalorado a las mujeres durante años prohibiendo trabajar a “mujeres y a menores”. Una comparación inicua. Las discriminaciones se hicieron patentes y lo triste es que continúan en muchos ámbitos de la vida civil. Hubo reglamentaciones de trabajo que exigían la baja en la actividad laboral de las mujeres al contraer matrimonio, ofreciendo una pequeña cantidad de indemnización. Es cierto que al aprobarse la Carta Magna pudieron recuperar sus puestos de trabajo sobre todo en la Administración Pública.

Para realizar cualquier acto jurídico necesitaban la autorización paterna. Si solicitaban abrir una cuenta bancaria, debían aportar la firma de su esposo o su padre y lo mismo para aceptar un contrato de trabajo. Vamos, como un menor de edad.

Es un hecho conocido que María Goyri en 1893, cuando fue a matricularse de Filosofía y Letras junto a su amiga Carmen Gallardo, el secretario le advirtió que solo podía matricularse si aportaba una autorización especial a pesar de que no había nada en contra. El claustro se reunió y acordó aceptar la solicitud de Goyri, siempre que no se produjeran disturbios o se alterara el orden de las clases. Cuando llegaba la alumna a la facultad, los bedeles la acompañaban a la clase y al finalizar volvían a llevarla al rectorado. De esa forma el prototipo de mujer fue el de disminuida. Hasta a Ortega le producía inquietud que la mujer tuviera un trabajo fuera del hogar. Las maestras y las farmacéuticas fueron el único sector de mujeres autónomas.

Mercedes Fórmica no pudo incorporarse al ejercicio de la Abogacía al terminar su carrera universitaria por ser mujer aun cuando había obtenido el Doctorado. Tampoco era posible opositar a la carrera diplomática. La señora Formica se rebeló contra estas diferencias escribiendo un artículo en el Diario ABC titulado “Domicilio conyugal” en el que relataba un hecho real: una mujer perdió su vivienda y los hijos por ser declarada infiel a su esposo sin ninguna prueba. El marido se hizo cargo del hijo varón y dejó a las hijas bajo la de la mujer con una pensión de imposible supervivencia. La misma lucha tuvo que sufrir Lidia Falcón, figura de auténtico relieve. En fin, un calvario que aún se produce en la práctica cuando algunas mujeres tienen que padecer calladamente los malos tratos en tantas ocasiones, incluso hasta la muerte.

En las Siete Partidas del rey Alfonso X se determinó que la mujer podía estudiar cuanto quisiese, excepto la carrera de leyes, simplemente se consideraba que la mujer no tenía facultades para ejercer la abogacía, nadie sabe por qué.

En democracia no puede permanecer la discriminación en ningún ámbito, como establece el artículo 14 de la Constitución, el Estatuto de los Trabajadores y tantas Directivas de la Unión Europea. Las mujeres pueden votar pero tristemente se advierten límites a los derechos fundamentales por eso se ha creado un Ministerio de Igualdad, que es el reconocimiento de que aún no se ha logrado. No sería necesario tener toda una estructura ministerial para conseguir la igualdad que se tiene por derecho y, como dirían activistas del mayo francés: “es triste tener que luchar por lo evidente”. Estos recuerdos tan dolorosos con situaciones que parecen inventadas hay que tenerlos en cuenta a pesar de que puedan parecer plañideras las personas que reivindican la igualdad sin limitaciones. Siguen las dificultades aunque existe la esperanza de lograr una igualdad real. El declarado Día Internacional de la Mujer es un apoyo para recordar que todos los seres humanos son iguales con el reconocimiento de los derechos en su totalidad”.


[1] Académica correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.